Es difícil encontrar las palabras para describir ese cúmulo inmenso de sensaciones que se vivieron ayer en la plaza de toros Monumental de Manizales. En las estadísticas, una corrida de 10 orejas, cifra que no se veía en un festejo mayor desde hacía más de 15 años. Pero, más allá de lo numérico, fue una tarde en la que las lágrimas de emoción corrieron a borbotones en las mejillas de muchos de los que se encontraban en la plaza.
Salieron al ruedo seis toros negros, algunos con cara de señores, otros con cara de adolescentes de la ganadería cundinamarquesa de Juan Bernardo Caicedo. En los límites del peso reglamentario, el encierro fue mayoritariamente manso, pero con una movilidad aprovechada hábilmente por los toreros para brindar un espectáculo de alto calibre, donde tres estilos de torear compitieron para ver cuál provocaba más frenesí.
Abrió la tarde Antonio Ferrera, primera comunión y oro con colibríes multicolores bordados en la taleguilla, con un toro soso al cual se negó a banderillear a pesar de la petición popular. Faena de poco contenido, salvo por el detalle de haber puesto de largo al toro en el caballo.
A pesar del poco interés, una paloma observó atentamente la lidia, teniendo como nido un hoyo entre las dos líneas de picar.
Con el segundo de la tarde, se avizoró lo que venía desde unos bellísimos delantales en el saludo capotero de Daniel Luque. Pasaron varas y banderillas y, con la muleta, el torero español, que vestía de berenjena y oro, sacó al toro de las tablas a los medios caminándole con esa elegancia que Andalucía da a sus hijos predilectos. Ya en el centro, comenzó a torear por derechas e izquierdas, con una suavidad que parecía de caricia, y una simetría entre pases que dotaba a las tandas de un aura de perfección.
La plaza loca, enardecida, coreaba los olés a todo pulmón y el presidente, aunque tardío, hizo sonar el Feria de Manizales como colofón a la gran obra. Una estocada hasta la bola hizo rodar al toro y los dos pañuelos aparecieron en el palco antes de que muchos aficionados tuvieran tiempo de ondearlos.
Con ese algo de gallo de pelea que tiene Juan de Castilla, salió el torero paisa a recibir al tercero con el capote. Endeble desde su salida, el de Juan Bernardo perdía las manos cada dos por tres. "Mimándolo", Juan lo toreó con donosura y temple, haciéndole repetir las embestidas y alargarlas en contra de su voluntad. Derechazos y naturales de quilates, de verdad, en series rotundas coreadas por la multitud que había colmado la plaza en más de tres cuartas partes. Para finalizar, manoletinas de rodillas de alto riesgo y un estoconazo que tiro al toro al piso en instantes. Dos orejas y puerta grande asegurada.
El triunfo de los alternantes espoleó la creatividad de Ferrera que lanceó al cuarto con su capote de seda azul. Cuando el picador apenas salía del patio lo hizo desmontarse para cabalgar él, que, garrocha en mano, sangró al toro en puyazo breve, luego del cual echó pie a tierra y él mismo se hizo el quite.
Ahora sí puso las banderillas, con un par al cuarteo, uno de poder a poder y uno al quiebro. Con la muleta, la teatralidad marca de la casa se entremezclaba con el toreo de verdad, templado y recio, al toro que embestía a pesar de tener lastimado un remo delantero. Estocada hasta la empuñadura citando desde corto y dos orejas indiscutibles. Vuelta al ruedo excesiva para el toro que estaba rajado desde la primera tanda.
Con el quinto, Daniel Luque no armó la algarabía porque no había mucho toro, pero realizó una faena técnica, donde comprendió perfectamente las condiciones físicas y psíquicas del ejemplar. No exento de belleza, el trasteo provocó otra vez que sonara el pasodoble de la feria y recibió las dos orejas tras una estocada en la yema.
A pesar de tener asegurada su salida en hombros, Juan de Castilla salió a recibir al sexto como si no la tuviera. Luego de la porta gayola, lucidos lances con el capote.
Con la muleta, el toro quería irse luego de cada serie, pero embestía como carretón cuando se le tapaba la cara. Juan se la mantuvo tapada y le sacó series en redondo que pusieron a la concurrencia exaltada a aplaudir de pie. Otra gran estocada y cayeron las orejas novena y décima de la tarde.
Las cuadrillas muy bien en la brega y las banderillas, y los picadores dignos con el poco trabajo que les dio el encierro. Saludarnos desde el tercio Ricardo Santana, Iván Darío Giraldo y Carlos Garrido.
Al final, la terna en hombros, junto con el ganadero, que también quiso quedar en la foto.
Redacción de Luis Miguel Rojas de El Minotauro Radio.