En el inicio del ciclo manizaleño salieron al ruedo seis Mondoñedos de disímiles hechuras y dispares comportamientos, pero complejos en términos generales.
La terna, que reunía a los dos novilleros punteros del escalafón colombiano, junto con uno de la tierra que debutaba con caballos, logró convocar más de media plaza en una tarde de lunes festivo, acompañada de principio a fin por un sol ardiente, poco usual en la capital de Caldas.
Abrió plaza Luis Miguel Ramírez, primera comunión y azabache, que venía impulsado por dos triunfos anteriores en Cali y en la pre feria de Manizales. Le correspondió un novillo castaño requemado, playero de pitones y de gruesas mazorcas, que quiso sacarle el cuerpo a la pelea en todo momento, a pesar de la insistencia de su oponente humano. Luis Miguel sacó muletazos de correcta elaboración, anteponiendo su voluntad a la sosería del desclasado novillo. Tres cuartos de acero en buena colocación tiraron al suelo al de Mondoñedo, lo cual alentó a la concurrencia a solicitar la oreja, que el palco otorgó sin mayor reticencia.
Anderson Sánchez, azul rey y oro, salió picado al encuentro del segundo de la tarde, al que recibió de rodillas en un pirotécnico saludo capotero, que puso a la plaza en un clamor. El novillo de la divisa cundinamarquesa, que en principio parecía tener más tranco y son que el lidiado en primer lugar, se fue apagando en el transcurrir de la lidia, hasta aplomarse notoriamente en el tercer tercio que, no obstante, tuvo acompañamiento musical. Muletazos correctos por ambos pitones, aun cuando el derecho ofrecía mejores posibilidades. Una estocada en buena colocación, pero en la que el torero salió rebotado, fue suficiente para que el toro doblara y la parroquia pidiera la segunda oreja de la tarde, concedida de inmediato por el presidente.
Aupado por el tendido joven, que ondeaba banderas de la ciudad, salió al ruedo Simón Hoyos, verde botella y oro, que se encontró con el tercero de la tarde, uno de los más escurridos de carnes del encierro, que salió enterándose pero que no terminó de enterarse en todo el tiempo en que estuvo en el ruedo. Simón le porfió por ambos pitones con capa y muleta, pero el de Mondoñedo echaba la cara arriba y dificultaba el toreo. Elegante y clásico en sus andares, el torero intentó ligar los muletazos, tarea poco menos que imposible. Tras pinchazos y descabello, la faena quedó silenciada.
Con el cuarto, Luis Miguel Ramírez tuvo que hacer uso de recursos en la capa, para irle indicando el camino al reticente novillo que, tras arrinconar al varilarguero contra las tablas, siguió conservando la movilidad durante casi todo el trasteo, característica que fue aprovechada por el torero paisa. Muletazos de calidad por ambos pitones, que, si bien no levantaron clamores, mantuvieron al público metido en la faena y a la banda interpretando en las alturas. Un volapié obedeciendo a los cánones tiró al toro al piso tras un leve amorcillamiento y la oreja cayó sin mayores súplicas.